El discipulado verdadero
Hace unas semanas pregunté a un pastor y a un líder de jóvenes
qué estaban haciendo en la iglesia. Sus respuestas eran casi idénticas. Me dijo que estaba “discipulando” a su gente
en la congregación. Le pregunté, ¿Qué quiere decir esto? Me contestó: les enseñamos
a orar, leer la Biblia, cómo comportarse en la vida, ser respetuosos de la
autoridad, dar el diezmo, ofrendar, hacer cosas de servicio, entre otras
actividades. Todo lo que mencionó tenía que ver con la conducta de la gente.
Nada tenía que ver con el conocimiento.
Me pregunto si esto es lo que Jesús tenía en mente cuando
dijo que hiciéramos discípulos. ¿Dónde podemos hallar la idea que Jesús tenía
acerca de “hacer discípulos”?
En Mateo 28:16-20 encontramos una definición de Jesús de
hacer discípulos, “bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes”.
Rico Tice, pastor de evangelismo de la iglesia “All
Souls” (Todos los santos) en Londres hizo
un estudio sobre el Evangelio según Marcos y encontró un plan de discipulado
muy interesante.
Primero Jesús les enseñaba su identidad (Marcos 1 al 8).
Este bloque de enseñanza terminaba con las preguntas, “¿Quién dice la gente que
soy yo? (Marcos 8:27)” y “Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo? (Marcos 8:29)”.
Esto quiere decir que tenemos que enseñarles primero quién
es Jesús.
Segundo, Jesús les enseñaba qué significaba para Jesús ser
el Cristo, “Es necesario que lo maten y que a los tres días resucite” (Marcos
8:31). Esta enseñanza de los padecimientos de Cristo se repite hasta la
crucifixión de Jesús en Marcos 15. Esto también es una parte esencial del
Evangelio que la gente tiene que conocer.
Tercero, Jesús les enseñaba lo que significa ser un discípulo
de Jesús.
Si alguien quiere ser mi
discípulo – les dijo --, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá: pero el que pierda su vida por
mi causa y por el evangelio, la salvará. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si
se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? Si alguien se
avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adultera y
pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la
gloria de su Padre con los santos” (Marcos 8:34—38).
La última cosa que Jesús les enseñó fue cómo seguirle.
Es decir, que mi amigo pastor estaba haciendo el proceso al
revés. Él empezaba con “cómo ser un discípulo” y luego enseña qué hizo Jesús y
finalmente, si acaso lo menciona, enseña quién es Jesús. Pone lo más importante
en las acciones humanas de los cristianos y usa a Jesús cómo un ejemplo de cómo
ser este hombre que es su discípulo.
La segunda cosa que pregunté a mi amigo pastor fue qué libro
de la Biblia estaban estudiando en la iglesia. Él contestó que no estudiaba
libros de la Biblia sino sólo daban temas que coordinaban con las acciones y
actitudes que deben tener los “discípulos”.
Este comentario me llamó mucho la atención porque quitaba a
Jesús por completo del mensaje en la iglesia. Cuando enseñamos los libros de la
Biblia estamos enseñando la centralidad de Jesús. El tema de los libros de la
Biblia es Jesús (Lucas 24:44—47; Juan
5:39—40; 2 Corintios 1:20). Pero cuando enseñamos temas estamos centrándonos en
nosotros mismos los humanos y nuestro quehacer en la vida. Esta forma de
predicar nos vuelve humanistas en lugar de cristianos.
Si hacemos que la gente se porte bien antes de conocer
quién es Jesús, estamos haciendo hipócritas que son buenos por sus esfuerzos
propios. O son fariseos que cumplen externamente los “requerimientos” de Dios,
sin conocerle a él. Si no conocemos a Jesús y su resurrección no sirve de nada
nuestra “buena” conducta o nuestra religiosidad. Somos discípulos de Jesús y no
sólo gente buena.